¿Te imaginas una pintura ecológica que hiciese el mismo efecto que las hojas de los árboles de un bosque frondoso?
Enrique Veiga, de 82 años, es un ingeniero industrial que ha inventado una máquina que produce agua gracias a la condensación del aire. La empresa Aquaer ya ha enviado estos dispositivos a Namibia, Jordania, Irán y a campos de refugiados de el Líbano y colabora con varias ONG para que el agua potable llegue a donde más falta hace.
Lucía Martín
Enrique Veiga (Vigo, 1939) dice ser un hombre afortunado, y por muchas razones además: se casó con la mujer más guapa de su pueblo, Pilar Barrios, y tuvo 5 hijos con ella (y sus 14 nietos). Su padre, Camilo Veiga, fue un hombre importante en Vigo, tanto que cuenta incluso con su propia calle en la localidad de Bouzas. Uno de sus hermanos mayores, una mente privilegiada, tenía un laboratorio en casa en el que Enrique pudo trastear a gusto y así satisfacer todas sus curiosidades infantiles. Por si fuera poco, su abuelo, marinero jubilado, le enseñaba todo tipo de cosas en el tiempo que pasaba con él: “Podía resolver cualquier problema, desde un injerto de un árbol a arreglar una máquina, hacer unas redes…”, cuenta este ingeniero industrial de 82 años.
Con semejante efervescencia de conocimiento a su alrededor no es de extrañar que Veiga inventara una máquina que consigue sacar agua del aire. Les damos un dato: la máquina de Enrique puede producir hasta 5.000 litros de agua al día en unas condiciones muy extremas, de hasta 40 grados y 10% de humedad (las versiones más pequeñas producen entre 50 y 75 litros al día). Imaginen lo que puede ser eso en zonas desérticas…
Veiga se formó entre Vigo, París, Noruega, Canadá… Sus primeros pasos profesionales los dio en una empresa de su tierra para la que trabajó en Sevilla, donde fue a transformar “la actividad de pesca tradicional en la empresa de congelados”, afirma.
Veiga se especializó en frigoríficos y aires acondicionados, se encargaba de calibrar las máquinas para que no condensaran agua. Y entonces llegó 1990 y una grave sequía que afectó al sur de España y a su pueblo. Así surgió la idea, ¿y si utilizamos la condensación para extraer el agua del aire? Dice el refrán que del dicho al hecho hay mucho trecho, y a Veiga este proyecto le supuso dos años ideando la mágica máquina que produjese agua allí donde no había.
Y así surgió Aquaer, término formado por dos vocablos griegos: aqua (agua) y er, aire, que definen a la perfección su actividad. “La máquina funciona copiando el ciclo natural del agua, el agua se evapora en los trópicos, forma parte de la atmósfera y llega un momento que se enfría. Si el enfriamiento está por debajo del punto de rocío, que es la temperatura a la cual empieza a condensar el agua que forma parte del aire, se produce la lluvia. Y eso es lo que hacemos nosotros, hacemos llover donde no llueve porque el aire tiene humedad, en todas partes. Si el aire está muy caliente puede tener mucha agua”, explica Veiga. Su invento está basado en las unidades de aire acondicionado y en el efecto de condensación que tienen: la electricidad se utiliza para enfriar el aire, condensarlo y sacar agua.
Una máquina pequeña produce entre 50 y 75 litros al día y las versiones más grandes pueden incluso producir hasta 5.000 litros al día… “La máquina de 50 litros es fácil de alimentar, con energía solar. De hecho hemos producido varias, con cuatro o cinco metros cuadrados de paneles solares la máquina funciona”, aclara.
El impacto social de un gran invento.
Reconoce el ingeniero que a él, siendo de Galicia, donde todo el mundo sabe que llueve mucho, le sorprendía que hubiera gente que tuviese escasez de agua. Y es que no solemos darle importancia al gesto de abrir el grifo. El agua es un bien sumamente preciado, sobre todo si consideramos que tres de cada diez personas en el mundo no tiene acceso a agua potable. Es más, cerca de mil niños mueren al día por falta de agua. “Siempre me asombré al ver esos reportajes de la televisión de esa gente buscando agua, trasladándose de poblado, con recipientes, unas latas para poder llevar… llegar a un pozo que está lejos y coger agua. Agua con fango…”, afirma.
La primera máquina la mandaron a Namibia porque Veiga tiene hijos residiendo allí: “Cuando se llenaba un bidón, de aquellos bidones de 25 litros, la gente se quedaba maravillada. No lo creían, preguntaban: “¿Y por dónde metéis el agua? No entendían que el agua procedía del aire”, cuenta.
En la actualidad sus máquinas están en los campos de refugiados de el Líbano, en Jordania, en Pakistán, en Irán… “Cuando yo veo las imágenes de los chavales levantando el dedo, apuntando así, eso me maravilla. Lo enseño mucho: ‘mirad qué alegría de los niños al ver el agua caer’”, cuenta con ilusión.
“Que mucha gente no tenga agua es un problema que queremos solucionar, por eso nos levantamos cada mañana”, afirma Juan Veiga, hijo de Enrique y que trabaja en la empresa como coordinador.
Un refugiado al rescate.
Hay un tercer personaje con papel relevante en esta historia de sacar agua hasta de debajo de las piedras. El refugiado vietnamita Nhat Vuong conoció el proyecto de los Veiga a través de Youtube: “Conoció el invento de mi padre y se vino a Sevilla: se compró un billete de avión, se alquiló un apartamento en una zona muy humilde de la capital y desde el principio hubo mucha confianza con nosotros, mucha sinergia. Y así empezamos a trabajar en llevar agua al campo de refugiados de el Líbano”, comenta Juan Veiga.
Nhat Vuong fundó en 2018 Water Inception, con el objetivo de hacer llegar agua a los campos de refugiados (él mismo nació en uno de estos campos) y desde entonces, colabora con los Veiga: “La máquina de Aquaer puede producir 500 litros al día para los más de 150 refugiados del campo de Trípoli, en el Líbano. En el futuro nos gustaría llevar una máquina a Vietman, mi país de origen, donde también tienen problemas con el agua”, explica Vuong que se muestra muy feliz de haber encontrado a los Veiga.
Enrique Veiga y Aquaer han colaborado también con Global Humanitaria para llevar diez máquinas más a Namibia. “Mi sueño es que nadie pase sed, que tenga todo el mundo agua; y esta es una solución ¿no?”, se pregunta Enrique. Porque el agua debiera ser un derecho de verdad y no, un lujo, pensamos todos.