Episodio 1×06 Autoestima en la era de los filtros.
Proyecto Dis-like
Dis-like promueve unos referentes de belleza más sanos para combatir la dismorfia corporal.

Haz una prueba: abre TikTok y cuenta las personas que tienen aplicado algún tipo de filtro. Seguramente el número será bastante elevado. En redes, movimientos como el ‘body positive’, llevan tiempo reivindicando unos referentes estéticos más acorde con las distintas realidades corporales y libres de modificaciones digitales.

Pero esto no ha sido suficiente para acabar con la influencia de los filtros de Instagram o de TikTok. Algo que hace querer parecerse a unos estándares alejados de la realidad. Verónica Vieites lucha para concienciar sobre el uso de los filtros y aboga para que exista una regulación de su uso en las plataformas.

El deseo de tener una apariencia acorde con los cánones estéticos del momento no es nada nuevo. Cada siglo o década ha tenido sus modas respecto a la belleza, y a lo largo de la historia hombres y mujeres (aunque sobre todo ellas) han sufrido restricciones y se han sometido a hábitos insalubres para acercarse a ese ideal. Sin embargo, internet ha supuesto un paso más en lo que a cánones estéticos se refiere: los filtros de las redes sociales propagan modelos, a veces, poco realistas

Dis-like es una organización sin ánimo de lucro que trabaja favor de la salud mental y en contra del Trastorno Dismórfico Corporal, una enfermedad que hace que nos fijemos de forma casi obsesiva con algo de nuestro aspecto físico. Nos sorprenden los datos del informe de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética, que afirman que en España se llevan a cabo cerca de 400.000 intervenciones de cirugía estética al año, de las cuáles, 8.000 son a menores.  

Con esta perspectiva, Verónica Vieites creó Proyecto Dis-like. Verónica empezó su carrera como periodista y responsable de las redes sociales del Diario Vasco. Tras siete años trabajando en medios de comunicación, startups y vivir en Estados Unidos, dio un vuelco a su carrera y empezó a trabajar como docente en institutos y centros de formación profesional. Fue durante la pandemia cuando se dio cuenta de que la exposición constante a las redes sociales estaba afectando al comportamientos de sus alumnos y descubrió lo que era la “dismorfia de Snapchat”, causada por sus filtros embellecedores automáticos, que hace que algunos adolescentes no se reconozcan sin ellos.  De esta investigación nació el proyecto Dis-like. “Que un adolescente de quince años crea que no vale y considere que no puede aspirar a nada porque no se parece a los cánones de belleza que ve en las redes sociales es señal de que algo estamos haciendo mal”, cuenta Verónica.

¿Podemos aceptarnos y querernos con todas estas imágenes impactándonos constantemente? ¿Cómo puede afectar esta exposición en un adolescente? ¿Somos capaces de ver belleza en lo no normativo? ¿Qué consecuencias tiene en nuestra salud mental? Verónica sabe bien lo que es un trastorno alimentario (TCA), pues de adolescente padeció bulimia y a día de hoy sigue batallando con ella. Fue dando clase a sus alumnos cuando empezó a observar que algunos tenían patrones de conducta similares a los suyos. Sin pretenderlo, Verónica se convirtió en pionera: reconoció los efectos nocivos de la red social en la autoestima de los jóvenes.

Aunando sus dos grandes pasiones, la educación y el teatro, el proyecto Dis-like ha logrado ofrecer a los adolescentes un espacio en el que pueden expresar sus frustraciones, cuestionar los cánones impuestos y buscar soluciones de forma segura. Una muestra de su éxito son los teatro foros, con los que ha conseguido que los jóvenes se conciencien y reciban educación emocional desde la participación activa, como si fuera un ensayo de terapia real. Además, Dis-like ofrece material didáctico a escuelas y padres, y crea contenido para transmitir un mensaje de autoestima y consumo saludable de las redes sociales. 

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ALGUNOS DATOS.

Las visitas de urgencia de adolescentes por trastornos y otros problemas psicológicos ha aumentado un 47%.

Los casos de Trastornos de la Conducta Alimentaria –los más conocidos, la anorexia y la bulimia– se han duplicado desde 2020.