La investigación es lo único que salva vidas.
Pepo Jiménez.
“Me he pasado 23 años pensando 24 horas al día en mi pelo”. Así cuenta Júlia Vincent, de 34 años, profesora de química y actriz, la obsesión que ha dibujado su vida desde que a los 7 años fue diagnosticada con alopecia, una condición que en uno u otro grado padecen el 36% de las mujeres españolas.
Nadie, excepto ella, puede ni siquiera imaginarse lo que todo eso ha condicionado su vida, simplemente por el hecho de que la sociedad no entiende ni asimila que pueda haber mujeres de ‘cabeza brillante’, como les gusta autodefinirse: “Yo tenía que esconder mi calvicie, a cualquier precio (y cada vez el precio era más grande). No podía enseñar al resto del mundo que era calva”, confiesa Júlia.
Cuando los pelos se te caen a mechones sobre tus apuntes de secundaria. Cuando de un día para otro decides aparecer en clase con peluca, a una edad donde se fiscaliza hasta tu número de pestañas. Cuando te enjabonas el postizo en las duchas del gimnasio para simular tu ‘falsa normalidad’ o te pones la peluca incluso para ir al baño por la noche… cuando todo eso pasa (y así nos lo cuenta Júlia) es que has perdido tu vida y no has podido mostrar tu verdadera personalidad, porque todo está condicionado por una realidad que te excluye sin merecerlo.
“Mi peluca fue una cárcel”.
Ahora Júlia lo tiene claro: “Para mí la peluca fue una cárcel. Una forma de creer que tenía que encajar a cualquier precio… y no es así. Para algunas la peluca es la solución, pero para otras la solución es liberarse”.
Júlia Vincent con peluca y sin peluca. Pepo Jiménez.Y de esa cárcel se liberó, pero con ayuda, porque la coraza de autoprotección es tan grande que no te das cuenta de lo destructiva que es. Un día decidió hacerse una fotos para su tienda de pelucas. Le pidieron unas con el postizo puesto y otras sin él: “Las fotos tuvieron una inmensa repercusión. La gente hablaba muy bien de mí, no de la peluca, sino del hecho de que saliera sin pelo. Por un segundo sentí agradecimiento de ser calva. Y esta gota dorada en medio de una gran oscuridad fue el sentimiento que perseguí a partir de entonces. Fue cuando decidí salir del armario de la alopecia”.
Con toda esa energía liberada tras 23 años de obligatoria contención, Júlia encontró una nueva necesidad: repartir y recuperar el tiempo perdido. Buscar ese espejo donde mirarse, donde compartir risas y penas vividas. “Estuve buscando en Internet a pelonas que habían pasado por todo esto para intentar construir algo nuevo”.
Así nació ‘A Pelo’.
Un espacio de empatía y comunidad activa.
A Elísabet Rodríguez la peluca le duró solo un par de meses, ¡pero qué meses! “Si la tenía lavando no salía a tender la ropa. Si picaban a la puerta, yo no habría. Que se me quema el edificio, yo me quedaba dentro, o sea, yo antes me muero aquí quemada que salir sin peluca a la calle”, nos recuerda hoy desde el salón de su casa.
Lo más positivo de aquello fue descubrir a otras mujeres que también usaban peluca, y por lo tanto, sufrían los mismos prejuicios y problemas: “En un año nos encontramos todas las que montamos ‘A Pelo’, casi por casualidad, y fue una liberación. Empezamos a ‘brillar’ juntas”, recuerda.
‘A Pelo’ nació como un espacio de reconstrucción: “Éramos ese conjunto de amigas que nunca pudimos tener cuando éramos pequeñas. Te ves por primera vez y parece que te conoces de toda la vida. Es un subidón de energía que no se puede describir”, explica Elísabet. Un lugar para empatizar y acompañar los miedos y dudas vividas, pero sin imposiciones, con la libertad y el ritmo de transición que cada una elija. En el grupo organizan quedadas, exposiciones fotográficas, talleres de maquillaje, de pañuelos, de apoyo psicológico… y hacen un llamamiento para que se creen unidades de apoyo en los hospitales. “Recuerdo una mujer con alopecia que se acercó a nosotras y nos dijo, ‘Me habéis dado razones para vivir’. Solo por eso ya merece la pena”, cuenta con orgullo Elísabet.
Pero no solo hay empatía y acompañamiento. En ‘A Pelo’ se apuesta por la educación y la reivindicación de la igualdad en el imaginario colectivo. ¿Por qué un hombre calvo puede ser atractivo, pero una mujer calva se ve como enferma? Queda mucho camino, pero seguro que este empieza por las escuelas: «Damos charlas en los colegios. Intentamos que los niños aprendan que hay mujeres calvas, hombres calvos, niñas calvas”, explica Elísabet.
Porque en ‘A Pelo’ hay calvas, pero también hay niños pelones, hay mujeres que apenas tienen clapas (pequeñas calvas distribuidas por el cuero cabelludo), otras que llevan pañuelos o gorros, pelucas o incluso el pelo tatuado como si estuviera recién rapado. No hay reglas ni requisitos sino toda la libertad para elegir la manera de convivir con tu alopecia, que siempre será acompañada.
Porque lo único que tienen en común todas estas mujeres es que en algún momento de su vida se han sentido solas, incomprendidas o aisladas por una condición que no eligieron. “Todas nos hemos sentido la única calva del mundo”, recuerda Júlia. “Pero ahora juntas somos manada”, termina.