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Jero García, triple campeón de España de boxeo y antiguo presentador de Hermano Mayor sube al ring, en un antiguo garaje de Madrid, a niños, niñas y adolescentes en riesgo de exclusión para combatir las violencias. El deporte como salvavidas.
Lucía Martín
“La escuela es lo más parecido a una casa en la que creas vínculos y a la vez te pones en forma”; “La escuela ha traído paz a mi vida”; “Los valores que transmite, nuestra segunda familia, eso es la escuela de boxeo”. Hablan algunos de los alumnos de La Escuela de Boxeo que Jero García tiene en el barrio de Lucero, al sur de Madrid. En su interior reinan los sacos de boxeo, el ring y un espíritu de tribu a prueba de bombas… Porque pruebas y bombas, como si de una gymkana se tratase, es lo que te vas encontrando en tu trayectoria vital si has sido víctima de bullying, de violencia de género o incluso si participas en ella y acabas haciendo daño a los que te rodean… ¿Verdad que la vida no parece un camino de rosas con estas cartas de partida?
«El boxeo es vida, vive duro»
De ese no camino de rosas sabe mucho Jero García, quizás su nombre os resuene porque ha sido triple campeón de España de boxeo y ha paseado su experiencia vital por los medios. García es lo anterior y mucho más: también lleva más de dos décadas luchando contra la exclusión y los abusos, echando un cable a niños, niñas y jóvenes que, de primeras, tendrían todas las papeletas para tirar la toalla pronto. Y sin embargo, esta tribu que se reúne en un antiguo garaje del barrio de Lucero no quiere oír hablar de rendirse. Aquí hemos venido a pelear: “el boxeo es vida, vive duro”.
Detrás de ese eslogan está la vida y trayectoria de García, quien fue el mismo niño y joven problemático en un Carabanchel ‘noqueado’ por los duros años ochenta. “El Jero adolescente, si tiene una definición es la que le da mi propio trastorno: déficit de atención, impulsividad y sobre todo hiperactividad, que solo calmaba con malos hábitos. Pero hay una actividad que te recompensa de la mejor manera posible: el deporte”, explica García.
Reconoce que le harían falta tres vidas si tuviera que agradecer al boxeo todo lo que ha hecho por él: “Primero empecé practicando fútbol y me abracé a ese deporte como un náufrago a la tabla en el medio del mar”. Después llegaría el boxeo, que para él es “constancia, sacrificio, disciplina, motivación y pertenencia al grupo”.
Ese Jero boxeador, que vivía para entrenar, acabó metamorfoseándose en el Jero profesor: “Me di cuenta de que lo que el deporte había hecho conmigo, que era transformarme, iba a poder hacerlo con los demás. Y fue en ese momento en el que me di cuenta del gran poder que tenía, pero a la vez de la gran responsabilidad, de formar y educar a esos niños”, explica.
Fue entonces cuando apareció en su vida la Fundación Leandro Jiménez Garcés, que le puso en bandeja hacer lo que fue la Escuela de Boxeo Aluche, su primer proyecto socioeducativo. “Eso fue a mediados de los 90, cuando la inmigración estaba aterrizando a manos llenas en la periferia de Madrid”. Después llegaría la Fundación Jero García, “un cúmulo de personas necesitadas, tanto de ser ayudadas como de ayudar”. Empiezan ocupándose de evitar la exclusión social, pero de repente, y a través de una de sus alumnas, se dieron de bruces con la violencia de género, lo que les llevarían también a intentar prevenir las violencias.
Aquella adolescente, que sufrió malos tratos por parte de su pareja, hoy es pentacampeona de boxeo de España, ejerce como concejala en una localidad madrileña y está echando un cable a jóvenes para intentar evitar que pasen por su mismo calvario. “¿Qué me encuentro cuando entra un niño por esa puerta? Un niño con la autoestima por los suelos. Independientemente de si el niño ha sufrido un tipo de violencia o si él es quien la insufla. ¿Qué hay que hacer? Lo que hacemos en el ring. Levantarnos. Levantar esa autoestima”, explica García. Y eso lo consiguen con el deporte: “Hay que ayudar a esos niños para que se levanten. Explicarles desde esa esquina, al oído: «Voy a permitir que te caigas, pero lo que no voy a permitir en la vida es que no intentes levantarte».
Y una reflexión final: “¿Cuál es el mayor cómplice de las violencias? El silencio. No te calles. Pide ayuda. Pedir ayuda no es debilidad, es vulnerabilidad. Y vulnerables somos todos”.